domingo, 26 de octubre de 2014

Tiempo de sentir

Al abrir la puerta de mi despacho descubrí mi cuerpo tirado en el suelo. Volví a salir, apoyé mi espalda contra la pared sin poder respirar. – ¡No puede ser! –en voz alta me dije mientras frotaba mis ojos, tembloroso volví a entrar, allí seguía… mi cuerpo tirado en el suelo.

Me quedé del todo congelado y no sé cuánto tiempo pude estar así, uno no se imagina nunca siendo espectador de aquella escena de sí mismo. No sabía que podía hacer y a la vez que me lo preguntaba, comenzaba a darme cuenta de que no podía hacer nada. Tras unos segundos y con una extraña calma que comenzó a invadirme y sólo atribuible a tamaño absurdo, terminé por sentarme junto a mi cuerpo para, poco a poco, comenzar a observarlo. La imagen era vulgar, carente de todo atractivo, nada que ver con esos planos que todos hemos visto alguna vez en las películas y que luego son remarcados por esa tiza de color blanco... Nada que ver, simplemente era mi vulgar cuerpo, allí, tirado en el suelo de lado, la boca casi besándolo, con un gesto extraño, imagino que desaprobando el fatal desenlace que debió en el último instante intuir… postura por cierto nada ergonómica, malísima para mi cuello, me sorprendí ironizando… aunque imagino que eso ya no debería ser muy importante.

– ¿Cómo podía haber sucedido? –me preguntaba, no era buen momento para morir y por primera vez nombraba esa fatal palabra, demasiadas cosas entre manos, me venía fatal justo ahora… llevaba además una vida razonablemente sana, de equilibrados excesos, de vicios mitigados. ¿Qué pudo fallar? Demasiadas preguntas, ninguna respuesta, sólo el sonido del ventilador de mi ordenador reclamando ser cambiado. 

Sonó el teléfono, hasta tres veces en el siguiente rato, largas llamadas que no tenían sentido alguno ya responder, más cuando de reojo vi que se trataba de un cliente, imagino que desesperado ante la falta de respuesta, quizás como yo lo habría estado justo un poco antes de besar definitivamente el suelo. El móvil también comenzó a vibrar, era uno de eso grupos de WhatsApp en los que estamos, en los que un día entramos (o nos entraron) y nunca supimos cómo salir. Por un momento fantaseé con la idea de enviar una foto de lo que estaba viendo, de mi cuerpo inerte para luego cambiar mi estado por un “no disponible” o “sin estado” o yo que coño sé… creo que me estoy volviendo loco pensé… y volví a mirar hacia mi cuerpo y luego hacia la puerta, como esperando que alguien entrase y tras dar un grito saliese corriendo para avisar a otros… ¡pobrecito!... ¡era tan joven!… ¡andaba siempre tan estresado!...

– ¡Qué absurdo! –varias veces me repetía… ¡qué vital desatino detuvo mi tiempo! mientras veía que el reloj de mi muñeca seguía avanzando, la insolidaridad de los objetos materiales, que tanto valor le damos, que ni un gesto hacen cuando ya no estamos… nadie vio nunca llorar en un entierro a un reloj, un coche o un teléfono móvil, por muy inteligente que éste último fuera. 

Las seis y media de la tarde, hora de salir pensé, al reencuentro con lo que afuera siempre espera, que siempre es lo más importante y que tantas veces lo olvidamos: familia, amigos, amores, azares, en definitiva la vida… Mi curiosidad decidió sentarse a cotillear el ordenador, tenía un correo a medio escribir, me asomé a leerlo y allí me sorprendieron palabras llenas de emoción: “me gustaría volver a verte…”, “creo que se me quedaron demasiadas cosas por decir…”, “sé que este es el momento…”, “quiero que sepas que…”. Continué durante un rato leyendo líneas y líneas de lo que debió ser lo último que estuviera escribiendo antes del fatal desenlace. Luego giré la cabeza, naturaleza muerta de nuevo ante mis ojos... volví a la pantalla, cerré los ojos, mi corazón latía con fuerza, volví a leer y a releer, a sentir, a sonreír primero, a llorar al fin… y un impulso eléctrico corrió desde mi cerebro hasta mi brazo que se movió y tomó el ratón dirigiendo su flecha hacia la parte superior de la pantalla. Pulsé “Enviar” y de este modo satisfice lo que, sin saberlo, habría sido la última voluntad de ese que ya no era… 

Me quedé por un momento mirando a la nada que en aquel instante junto a una grieta de la pared ubicaba, tomé aire profundo sintiendo como éste abarcaba más allá de mis pulmones, llenando espacios que hasta entonces antojaba vacíos, sentí su humedad y su calma, volví a respirar, para de nuevo sentir, de nuevo respirar y de nuevo sentir… y sentía, sentía tanto que hasta dolía y esa sensación me hizo sonreír… Seguidamente y con la serenidad del que a todo encontró sentido, me levanté de aquella silla, rodee a quien allí continuaba, salí del despacho y me fui… cerrando la puerta sin volver la vista atrás, era ya otro momento, era ya otro tiempo, era el tiempo de sentir.


8 comentarios:

  1. Suerte del que a todo encontró sentido.

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  2. Dejar de sentir es una forma de morir... Qué suerte que uno de ellos escogiera el camino de las emociones... Lo hizo sintiéndolo... Entonces seguro que le irá bien...

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  3. uf!

    Me recordó esto (perdón por escribirlo aquí):

    Padezco la locura del silencio
    mis manos gritan mudas
    las migraciones del cuerpo

    tengo la lengua
    como una sábana azúl
    amordanzando al corazón

    la mente sin rostro
    los ojos cerrados
    por el peso de la piel

    mis piés ya no bailan
    locuras con la tierra
    ni mis cabellos
    extienden sus delirios
    sobre mí

    el sexo callado
    sin tinta, sin palabras...

    el hombre
    que me habitaba
    recobrando la cordura
    se exilió de mí!

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    1. buenísimo Otto...sentimientos encerrados que muchos o tal vez pocos compartimos...

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  4. Gracias a todos por vuestros comentarios! Abrazos amigos!

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    1. Carlos: me permitirías copiarlo y pegarlo en la pagina de Facebook Los Que Escriben...a la cual te invito que escribas cuando lo desees y tengas tiempo por supuesto...

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    2. Por favor Erik! Será un honor. Un abrazo fuerte

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