jueves, 24 de abril de 2014

Sonríe poco la gente en los aeropuertos

        —Sonríe poco la gente en los aeropuertos —con la complicidad de un desconocido te sorprendo, mientras tu mirada prudente maldice al cliente que con aire de triunfo se aleja de tu caja, quizás consciente de que su impaciencia supo desvelar tu calma.
 
         Sin levantar la cabeza de tu tarea creo leer una sonrisa en tu boca que al final transformas en pregunta:
         —¿Qué va a tomar?
         —Un cappuccino largo, por favor.
         —Son 18 shekels ¿me dice su nombre?
         —Carlos —te doy un billete y tú me devuelves el cambio.
         —Puede pasar por la barra a retirar su bebida cuando le nombren... que tenga un buen vuelo.
         —Gracias… —y a continuación mi boca añade tu nombre, ese que entre tu pelo asoma, pendiente de un alfiler clavado a tu blusa, que intuyo planchaste con prisa, quién sabe si por una buena causa, o tal vez por desgana o simplemente al saber que llegabas tarde al trabajo. Vuelves a sonreír, esta vez mirándome a los ojos, quizás sorprendida de oír tu nombre en acento extraño, y creo ver durante ese tiempo de miradas ajenas que concurren un espacio vital donde nos reconocemos humanos, cada uno con sus nombres, sus antojos de café, sus horarios de oficina y sus prisas que dejan su huella en camisas medio planchadas.
         Seguidamente me encamino hacia la barra donde alguien tras pronunciar mi nombre convertirá ese ticket que le entrego en un café de aeropuerto, que aunque de sabor y aroma limitados al menos con solvencia suficiente como para aliviar mi espera. Es justo antes de perderte de mí foco de visión, ese que define el instante presente de nuestras vidas, cuando sutil y curioso reviso tu gesto. La breve huella de una sonrisa reciente en tu boca parece haber olvidado que unos segundos antes andabas prudente maldiciendo… y yo camino hacia mi destino y sonrío… esta vez sin saberlo.